La colectivización de Aragón | AraInfo | Achencia de Noticias d'Aragón
La colectivización rural de Aragón llego a comprender más del setenta por ciento de la población. En menos de tres meses se constituyeron cerca de quinientas colectividades. Ahora bien, aunque muchas de ellas fueron creadas de una forma espontanea y voluntaria, la instauración de la mayoría -sobre todo en un principio- se debió en cierto modo a la presencia de las columnas de milicianos anarquistas llegadas de Barcelona. (Es de notar que algunas de dichas columnas estaban comandadas por antiguos miembros del grupo Nosotros: García Oliver era el responsable de la columna Los Aguiluchos, Gregorio Jover ‘mandaba’ la denominada Francisco Ascaso, Antonio Ortiz era el ‘jefe’ de la que llevaba su propio nombre…).
Aunque las expropiaciones y socializaciones de la propiedad privada se extendieron por toda la República española, fue en Aragón fue donde los cambios resultaron más radicales y estuvieron más de acuerdo con el concepto de Revolución, debido al apoyo o influencia de los Anarcosindicalistas. Por allí donde pasaban las milicias de la CNT-FAI, comenzaba una vida nueva, una nueva forma de vivir. No es que a la hora de establecer el Comunismo Libertario se observaran normas inflexibles, pero el procedimiento fue más o menos el mismo en todas partes.
En la localidades donde el nuevo sistema económico-social quedaba instituido se formaba un comité de CNT-FAI, que no solo ejercía funciones legislativa y ejecutivas, sino que también administraba justicia. Una de sus primeras medidas consistía en abolir el comercio privado y en colectivizar las tierras de los grandes propietarios, así como los edificios agrícolas y públicos, la maquinaria, el ganado y el transporte. Excepto en casos muy raros, los panaderos, ebanistas, zapateros, barberos, maestros, sastres, médicos, etc, quedaban también incluidos en el conjunto de la colectividad. Aquí hay que decir que la adhesión a la comuna era totalmente voluntaria, ya que así lo exigía uno de los principios básicos de los anarquistas: el respeto por la libertad. No se ejercía presión alguna, por ejemplo, sobre los pequeños propietarios quienes, si se mantenían al margen de la colectividad por propia voluntad, sabían, por otra parte, que no podían esperar que aquella les prestara determinados servicios o ayudas. Por lo demás, eran admitidos en las asambleas y gozaban de ciertos beneficios colectivos, como no podía menos de ocurrir.
En realidad, lo único que se les prohibía de una forma terminante a estos “individualistas” era poseer más tierra de la que podían cultivar, así como perturbar -con su persona o con sus bienes- el orden socialista. Lo cierto es que, con el tiempo, el numero de campesinos, comerciantes y profesionales no adheridos al colectivismo fue disminuyendo, pues al sentirse social y económicamente aislados de sus convecinos, preferían unirse a la mayoría comunal. Los depósitos de víveres y ropas, al igual que los otros artículos de primera necesidad, eran concentrados en un almacén colectivo, bajo el control y responsabilidad del comité sindical de la localidad. En la mayor parte de las comunidades fue abolido el dinero para el uso interno de las mismas, ya que -según otro de los postulados del anarquismo- el dinero y el poder son filtros diabólicos que hacen del hombre, no el hermano, sino el lobo del hombre, su más rabioso y enconado enemigo. Los periodistas extranjeros que se encontraban en Barcelona el 20 de julio describieron, no sin asombro, escenas en las que grupos de anarcosindicalistas, después de asaltar las oficinas bancarias, hacían una hoguera en la calle con el mobiliario y arrojaban al fuego montones de dinero, sin que nadie tratara de aprovecharse de la situación, como si los billetes de mil pesetas hubieran sido un estigma herético y contagioso.
Cierta información estadística de la época y, aunque sea en líneas generales, puede colegiarse, por ejemplo, que el rendimiento de la tierra se incremento -durante la experiencia de las colectividades agrarias- entre un 30 y un 50 por ciento. Las superficies sembradas aumentaron y los métodos de trabajo se perfeccionaron. Los cultivos se diversificaron, se iniciaron obras de regadío y repoblación forestal, se crearon escuelas técnicas rurales y granjas de experimentación, se selecciono el ganado y se fomento su reproducción, se pusieron en marcha industrias auxiliares,..,. En resumen, la socialización agraria, incluso a pesar de producirse en tiempo de guerra, demostró su clara superioridad, tanto sobre el sistema de la gran propiedad absentista (que dejaba gran parte del suelo sin cultivar) como sobre la pequeña propiedad privada (obligada hasta entonces a laborar con técnicas rudimentarias, escasez de fertilizantes y semillas de mala calidad). Por otra parte, se llego a esbozar una planificación según la cual los distintos comités se encargaban del comercio interregional: reunían los productos destinados a la ‘venta’ y con ellos realizaban las ‘compras’ necesarias para su comarca.
Como es natural, estaban a la orden del día todo tipo de problemas, en unas territorios más que en otros. En Aragón todo parecía funcionar de una forma exultante y retadora, como lo prueba el hecho de que el proceso de cambio se produjera ya con una mayor rapidez y radicalismo. El ejemplo de Aragón no tardo mucho en ser una “piedra de escándalo” para las moderadas mentes rectoras de la República española. La primera acusación que cayó sobre las colectividades agrarias aragonesas fue la de que “los acontecimientos políticos y económicos en Aragón habían sido impuestos por la fuerza de las armas de los milicianos anarquistas”. La CNT y la FAI declaraban, sin embargo, que tales acontecimientos eran “la obra de los propios campesinos”. En este sentido no parece muy difícil deducir que la presencia de los milicianos armados debía suponer tanto una salvaguarda y defensa de las colectividades, como una advertencia de respeto y orden ante las posibles reacciones de individuales de tipo anticomunal. Ahora bien, al margen de esto es preciso reconocer que en Aragón se daban tres circunstancias idóneas para que germinara el comunismo libertario sin la “ayuda” de ninguna clase de armas: Los campesinos aragoneses, salvo en los regadíos del valle del Ebro, vivían continuamente acosados por las deudas y tenían que soportar unas condiciones de trabajo durísimas. El anarquismo era la única ideología política que se hallaba extendida entre los campesinos aragoneses más pobres. Y, las tradiciones comunitarias aragonesas, algunas de las cuales arrancan del medievo, estaban aun muy vivas en el Aragón de 1936.
Publicado en Gargantas Libertarias [Tomado del libro "Durruti", de Julio C. Acerete]
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